martes, 4 de marzo de 2008

El trabajo lejos del hogar

Es verdad que la revolución industrial, sobre todo durante el siglo XIX, significó un cambio extraordinario en el campo laboral –lo que no quiere decir que haya sido extraordinariamente bueno ni para varones ni para mujeres- por la masiva incorporación de asalariados y asalariadas al trabajo industrial.
El primer efecto fue la separación del lugar del trabajo respecto de la vivienda, cuando antes se trabajaba en el mismo lugar en que se vivía. Esto produjo una rápida y altamente desordenada urbanización, con la aparición de aglomeraciones de viviendas precarias, carentes de servicios y mínimas comodidades. Claro que la alternativa era el hambre, por lo cual no criticaré el trabajo en sí, pero sí sus condiciones. En cuanto a la vida familiar, que generalmente constituye la mejor defensa contra la pobreza y la enfermedad, el hecho de que las mujeres pudieran aportar algún beneficio económico al hogar sería seguramente positivo, a pesar de que se pagó por él un alto precio, que fue el virtual abandono del hogar por parte de padres y madres por casi todo el día, o, como alternativa nacida del mismo problema, la incorporación prematura de la niñez al trabajo asalariado.
Las novedades sobre el trabajo de la mujer hacia fines del siglo XIX y sobre todo durante el siglo XX consistieron en la incorporación de la mujer al trabajo profesional, que implicó la apertura de la educación superior a la población femenina, primero de los institutos terciarios y después de las universidades, aunque no todas las facultades. Las primeras profesiones femeninas tenía que ver con la atención a las personas, así que se trató sobre todo de formar a enfermeras especializadas y a maestras y profesoras. Después fueron cayendo una a una las barreras culturales que impedían el ingreso femenino a determinadas carreras, y las universidades fueron admitiendo a las mujeres en todas sus especialidades, no sin que éstas tuvieran que vencer ulteriores obstáculos en sus compañeros, profesores o futuro clientes.
Ahora el panorama es muy diferente y las dificultades son también distintas. Siguen persistiendo algunos prejuicios respecto de la idoneidad femenina en determinadas especialidades, como por ejemplo la cirugía o la industria pesada, pero hay mujeres que se desempeñan en prácticamente todas las tareas y los niveles directivos posibles, seguramente con mayor presencia donde esté en juego el contacto con las personas.
Lo interesante de la cuestión no es tanto derribar los últimos prejuicios existentes contra una igualdad de oportunidades entre varones y mujeres –en algunos países europeos han creado inclusive un misterio que se ocupa precisamente de eso- sino en mejorar la relación entre el trabajo y la vida personal y familiar, dado que el riesgo cultural actual no es la exclusión de la mujer del mundo del trabajo, sino el sacrificio de la persona y de la familia en aras a la productividad.
Es lógico pensar que en un país económicamente inestable como la Argentina tener trabajo es ya de por sí un bien, así que uno agradece y no tiene pretensiones. Sin embargo ya se oyen quejas cada vez más frecuentes sobre la dificultad de conciliar la vida laboral con la vida familiar, y suele ser la mujer la que se queja más, por sentirse más directamente implicada en las problemáticas de la casa, pero también los hijos y los maridos son parte interesada en un cambio cultural a favor de un trabajo integrado armoniosamente con los otros aspectos de la vida de la persona.
En la Argentina aumenta cada año la cantidad de mujeres que trabajan fuera de su hogar, y este número se incrementa en la medida en que nos dirigimos a una generación más joven: las chicas que empiezan ahora su vida adulta ya no tienen como prioridad casarse y tener hijos, sino que aspiran a conseguir un buen empleo por el cual acceder a los bienes que esta cultura promete –y exige-. En esta aspiración las diferencias sociales y de educación influyen sobre el panorama de posibles alternativas laborales, pero no sobre las metas: el éxito de una vida, tanto de la mujer como del varón, tiende a medirse por el beneficio económico o la rapidez del ascenso dentro de la organización laboral, y no tanto por otros factores ligados al desarrollo personal y afectivo.
Lo que antes parecía ser la modalidad masculina de presencia en el mundo, ligada al reconocimiento público de lo que uno sabe hacer, es ahora también un parámetro femenino de medición de la propia capacidad.
Hasta aquí nada raro, sino un cambio coherente con la modificación del acceso a la educación y al trabajo profesional, que hace pesar más lo que podríamos llamar la vida pública sobre la vida privada. Sin embargo la vida tienen los dos aspectos, fuertemente interconectados.
Por esta razón identificamos algunos elementos de preocupación que surgen de la preponderancia que la cultura actual está dando al desarrollo de la carrera laboral por sobre el desarrollo personal y familiar.

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